Me pareció interesante elegir Amadeus de Milos Forman dirigida en el ano de1984. Un conjunto de extraordinarias cualidades hacen que esta una de mis películas favoritas, tal ves a ido perdiendo lugar con el pasar del tiempo pero aun así cada ves que la veo de nuevo, vuelve a provocar la misma sensación de euforia conmovedora que provoco en mi la primera ves que la vi. Una combinación sabia entre artefacto musical y visual, no cualquiera puede tomar la batuta de llevar a la pantalla grande la vida del compositor mas importante de la historia y mucho menos atreverse a compartir escenas con sinfonías que nadan en la perfección.
A pesar su ambientación que nos recuerda a los cuadros de la época de Maria Antonieta, siempre ha cruzado por mi mente la grandisima pregunta de si mucho de lo que esta película es, lo es por si misma o porque tiene al maestro de maestros dirigiendo la orquesta al espectador. Desde Las bodas de Fígaro a los tonos mas altos de una soprano ligero que arrebata el momento con la Reina de la noche, me pregunto si es Milos Forman quien dirige esta película o si finalmente son las partituras de aquel afamado compositor, las que llenan de vida a la audiencia.
Los primeros minutos de la película en donde todavía alcanzamos a ver los créditos a un costado de la pantalla, nos llevan en dentro de la casa de Antonio Salieri, quien acaba de cortarse la garganta en un intento de suicidio. Al principio no pude dejar de pensar en los violines de la sinfonía no. 25 Allegro con Brío, que suelen escucharse al fondo de aquella intensa secuencia, era como si una grabadora interna reprodujera la música sin que yo la pudiera parar. La caminata a través de la nieve, las carretas, los caballos , algo faltaba en mi querida versión de Amadeus, sin ni siquiera el sonido de las pisadas sobre las calles empedradas. Los diálogos dentro del manicomio, los gritos de los locos y siempre la música de fondo, dejaban un hueco extraño, que me hacia pensar constantemente en como me gustaría subir el volumen de la televisión.
Pero como toda realidad sobrepuesta, termine por acostumbrarme y aprender a llenar ese supuesto vació , con detalles que nunca había percibido, de pronto mis ojos se hallaron libres de ver cosas que nunca había notado en una película que he visto mas de veinte veces y que a pesar de creer gozar tener el conocimiento absoluto sobre ella, comencé a darme cuenta que tal ves será esta la primera ves que me daba la oportunidad de verla, sin el monstruo de la música que robara mi atención y me privara de los placeres visuales.
Los encuadres y hasta el mismo movimiento de la cámara comenzaron a acentuarse cada ves mas. Tomas que he repetido en mi cabeza una y otra ves, parecían distintas, por algunas razón. Los colores del fondo las sillas, y hasta el lugar donde Amadeus coloca su sombrero al sentarse en el piano del Palacio real, parecían detalles nunca antes conocidos por mi, la gran fanática de la película que coloco a Milos Forman.
Seguí concentrándome en los detalles meramente visuales, que tengo que decir son imposibles de captar con una sola vista. Estamos tan acostumbrados a que la experiencia frente a la pantalla absorbe nuestros sentidos por completo , que la capacidad de discernir la concentración se ha perdido al grado que nos volvemos esclavos codeándoos a un objetivo en particular, dejando pasar todos los detalles importantes por alto.
Las acciones se hacían mas evidentes y hasta los gestos mas pronunciados. Es precisamente en una de las escenas en la que la esposa de Mozart visita a Salieri para entregarle las partituras originales de su esposo sin que este lo sepa, en donde me di cuenta que el talento de F. Murray Abraham viene con o sin el piano de Mozart y que su actuación es tan pura que conmueve sin tener que ser escuchada. El va leyendo las partituras mientras que la música comienza de fondo. Hago énfasis en este momento en particular, porque haciendo alusión al ejercicio me pareció interesante que como espectador teóricamente no deberíamos de escuchar la música durante esa escena porque todo ocurre dentro de la cabeza del personaje, pero ahí es donde un atinado Milos Forman supo complementar las majestuosas sinfonías construyendo una escena que navega en la sutileza y la sencillez recargándose únicamente en las facciones de un personaje que parece estar teniendo un orgasmo junto con el espectador al leer música tan perfecta que no deja nada mas que callar.
Las puestas en escena de La Reina de la noche o los bajos de Don Giovanni, se escuchan en la mente a pesar de ver la película sin volumen. La convicción con la que Tom Hulce quien interpreta a Wolfie, dirige la orquesta de la flauta mágica, siguen provocando esta extraña sensación de vacío en la que inconcientemente sabemos que nota es la que sigue. M parece que el trabajo del director es exacto, puesto que supo abordar a un músico como Mozart, sin querer nunca competirle y sin tampoco defraudarlo. Este tipo de música debe de ser acompañada dignamente a nivel de imagen y me parece que Forman supo crear el mundo ideal en el que se complementan música e imagen, sonido y color, sin estorbarse el uno al otro.
Es cierto que cuando veo Amadeus me hace falta escucharla también, pero al mismo tiempo es satisfactorio verla por primera ves.
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